miércoles, 25 de enero de 2012

Trópico de Cáncer (II)

En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo mas alto  que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que nada tengo que ver con credos ni principios. Nada tengo que ver con la crujiente maquinaria de la Humanidad: ¡Pertenezco a la tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome, incitándome, flagelándome con sus lengus viperinas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡soy inhumano! Lo digo con una sonrisa demente, alucinada, y seguiré diciéndolo aunque lluevan cocodrilos. Tras mis palabras se encuentran todas esas calaveras siniestras  que sonríen y miran de reojo, unas muertas y soriendo por mucho tiempo, otras sonriendo como si tuvieran trismo, otras sonriendo con la mueca de una sonrisa, el sabor anticipado y las consecuencias de lo que ocure siempre. Más clara que nada veo mi propia calavera sonriente, veo el esqueleto bailando al viento, serpientes saliendo de la lengua podrida y las ampulosas paginas de éxtasis manchadas de excrementos. E incorporo mi lodo, mi excremento, mi locura, mi éxtasis al gran cicrcuito que circula por los subterráneos de la carne. Todo ese vómito espontáneo, indeseable, embriagado, seguirá manando sin cesar, por las mentes de los que han de venir, a la vasija inagotable que contiene la historia de la raza. Codo a codo con la raza humanda corre otra raza de seres, la raza de los artistas, que, estimulados por impulsos desconocidos, toman la masa inerte de la humanidad y, mediante la fiebre y el fermento de que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan, el pan en vino y el vino en canción. Con el abono muerto y la escoria inerte producen una canción que se contagia.Veo esa otra raza de individuos saqueando el universo, dejando todo patas arriba, con los pies chapoteando siempre en sangre y lágrimas, con las manos siempre vacías, siempre tratando de agarrar y asir el más allá, el dios inalcanzable: matando todo lo que esta a su alcance para calmar al monstruo que les roe las entrañas. Lo veo cuando se arrancan el cabello en su esfuerzo por comprender, por aprehender lo que es eternamente inalcanzable, lo veo cuando bramas como bestias enloquecidas y se precipitan dando cornadas, veo que está bien y que no hay otro camino. Un hombre que pertenezca a esa raza ha de subir al lugar más alto y arrancarse las entrañas mientras pronuncia palabras incoherentes. ¡Está bien y es justo, porque debe hacerlo! Y todo lo que no alcance el nivel de ese espectáculo espantoso, todo lo que sea menos escalofriante, menos aterrador, menos demencial, menos embriagador, menos contagioso, no es arte. El resto es falso. El resto es humano. El resto corresponde a la vida y a la ausencia de vida.


de Trópico de Cáncer, Henry Miller