martes, 16 de octubre de 2012

Una fotografía.

Un cartón expresivo
envuelto por los meses
en los rincones íntimos.

Un agua de distancia
quiero beber:gozar
un fondo de fantasma

Un cartón me conmueve

Un cartón me acompaña




Del "Cancionero y romancero de ausencias" - Miguel Hernández 

sábado, 11 de agosto de 2012

Del capitulo IV de Informe sobre ciegos - Sobre héroes y tumbas

Sin embargo todo esto es análisis, y, lo que es peor, análisis con palabras que valen para nosotros. En rigor, tenemos tanta posibilidad de entender el universo de los ciegos como el de los gatos o serpientes. Decimos: los gatos son independientes , son aristocráticos y traicioneros, son inseguros; pero en realidad todos estos conceptos tienen un valor relativo, pues estamos aplicando conceptos y valoraciones humanas a entes inconmensurables con nosotros: del mismo modo que es imposible a los hombres imaginar dioses que no tengan ciertos caracteres humanos, hasta el punto grotesco o que los dioses se metían los cuernos.

Sobre héroes y tumbas - Ernesto Sabato

domingo, 10 de junio de 2012

Martes, 20


El enemigo está en nosotros: he aquí lo terrible. La fuga es imposible. Uno se inquieta, se equivoca, uno se desespera. Uno se encierra en su habitación; el enemigo se encierra con nosotros. Entonces, sobreviene la locura de no saber que hacer... O bien, tristezas infinitas, un abandono extenuante, el deseo de que todo concluya.

El pecado se acuesta a tu puerta y sus deseos lo llevan hacia tí.
Pero tú, prevaleces sobre él. (Génesis, V, 7.)



De  "Los cuadernos y las poesías de André Walter"

martes, 1 de mayo de 2012

1984

PARTE PRIMERA
fragmento del capitulo VII

de George Orwell


En realidad, se sabía muy poco de los proles. Y no era necesario saber mucho de ellos. Mientras continuaran trabajando y teniendo hijos, sus demás actividades carecían de importancia. Dejándoles en libertad como ganado suelto en la pampa de la Argentina, tenían un estilo de vida que parecía serles natural. Se regían por normas ancestrales. Nacían, crecían en el arroyo, empezaban a trabajar a los doce años, pasaban por un breve período de belleza y deseo sexual, se casaban a los veinte años, empezaban a envejecer a los treinta y se morían casi todos ellos hacia los sesenta años. El duro trabajo físico, el cuidado del hogar y de los hijos, las mezquinas peleas entre vecinos, el cine, el fútbol, la cerveza y sobre todo, el juego, llenaban su horizonte mental. No era dificil mantenerlos a raya. Unos cuantos agentes de la Policía del Pensamiento circulaban entre ellos, esparciendo rumores falsos y eliminando a los pocos considerados capaces de convertirse en peligrosos; pero no se intentaba adoctrinarlos con la ideología del Partido. No era deseable que los proles tuvieran sentimientos políticos intensos. Todo lo que se les pedía era un patriotismo primitivo al que se recurría en caso de necesidad para que trabajaran horas extraordinarias o aceptaran raciones más pequeñas. E incluso cuando cundía entre ellos el descontento, como ocurría a veces, era un descontento que no servía para nada porque, por carecer de ideas generales, concentraban su instinto de rebeldía en quejas sobre minucias de la vida corriente. Los grandes males, ni los olían. La mayoría de los proles ni siquiera era vigilada con telepantallas. La policía los molestaba muy poco. En Londres había mucha crirninalidad, un mundo revuelto de ladrones, bandidos, prostitutas, traficantes en drogas y maleantes de toda clase; pero como sus actividades tenían lugar entre los mismos proles, daba igual que existieran o no. En todas las cuestiones de moral se les permitía a los proles que siguieran su código ancestral. No se les imponía el puritanismo sexual del Partido. No se castigaba su promiscuidad y se permitía el divorcio. Incluso el culto religioso se les habría permitido si los proles hubieran manifestado la menor inclinación a él. Como decía el Partido: «los proles y los animales son libres».



lunes, 23 de abril de 2012

La rebelión de las máquinas


Es posible que otra cualidad única del hombre sea su capacidad para un altruismo verdadero, genuino y desinteresado. Lo espero, aun cuando no voy a discutir el caso asumiendo una u otra posición ni a especular sobre su posible evolución mémica. El punto que deseo subrayar es el siguiente: aun si nos ponemos pesimistas y asumimos que el hombre es fundamentalmente egoísta, nuestra previsión consciente —nuestra capacidad de simular el futuro en nuestra imaginación— nos podría salvar de los peores excesos egoístas de los ciegos replicadores. Contamos, al menos, con el equipo mental para fomentar nuestros intereses egoístas considerados a largo plazo, en vez de favorecer solamente nuestros intereses egoístas inmediatos. Podemos apreciar los beneficios que a la larga nos reportaría el participar en "una conspiración de palomas", y podemos sentarnos juntos a discutir medios para lograr que tal conspiración funcione. Tenemos el poder de desafiar a los genes egoístas de nuestro nacimiento y, si es necesario, a los memes egoístas de nuestro adoctrinamiento. Incluso podemos discurrir medios para cultivar y fomentar deliberadamente un altruismo puro y desinteresado: algo que no tiene lugar en la naturaleza, algo que nunca ha existido en toda la historia del mundo. Somos construidos como máquinas de genes y educados como máquinas de memes, pero tenemos el poder de rebelarnos contra nuestros creadores. Nosotros, sólo nosotros en la Tierra, podemos rebelarnos contra la tiranía de los replicadores egoístas.


de "El gen egoísta", Richard Dawkins

martes, 6 de marzo de 2012

Para hacer un talismán.

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
                                                               Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo, antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley, más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra; puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!






Texto: Olga Orozco
Ilustra: Goya "El aquelarre"








domingo, 19 de febrero de 2012

Preguntas

     Thaddeus pregunta a los niños que retuercen las cabezas de los búhos si han visto a una niña pequeña llamada Bianca con un pijama amarillo. Los tres muchachos están sentados con la espalda apoyada en un roble, las piernas estiradas y un manto de nieve encima que les llega hasta la cintura.
     El pijama amarillo tiene flores estampadas, pregunta el del medio
     Sí, responde Thaddeus.
     Y la niña tiene el pelo oscuro y le huele a miel y humo, inquiere el niño de la izquierda.
     Thaddeus niega con la cabeza. No, piensa, Bianca nunca ha olido a miel y humo, pero la habitación si.
     El cuarto olía a miel y humo. Bianca tiene el pelo oscuro. Su pelo no huele a miel y humo, pero la habitación sí.
     La niña lleva cometas dibujas en las manos y los brazos, pregunta el niño de la derecha.
     Sí, contesta Thaddeus. Su madre le pinto esas cometas. Dónde está mi hija. Qué le ha ocurrido.
     Los niños vuelven a concentrarse en retorcer las cabezas a los búhos.
     No, no la hemos visto, dicen.
     Pero entonces no entiendo lo que habéis dicho, replico Thaddeus.
     Mire, señor, si no le importa, nos la estamos pasando muy bien jugando con estos búhos. Espero que encuentre a la niña. Parece que es muy mona.
     Thaddeus se pasa el resto del día preguntando a todos los habitantes del pueblo si han visto a su hija. Todos le responden que no. En un momento dado se cruza con la Solución.
     Nosotros podríamos ayudarte, le dicen sonriendo.
     El de la mascara de pájaro azul le pasa una manzana, se disculpa y luego se hecha a correr para dar alcance al grupo.



"Las cajas de luz" de Shane Jones con ilustración de Ken Garduno 

viernes, 17 de febrero de 2012

Pobreza.


 por César Aira

Soy más pobre que los pobres, y lo soy desde hace más tiempo; una eternidad de privaciones se despliega en mi fantasía resentida, que no se limita a medir la duración del mal. La magnitud de la catástrofe también la ocupa. ¡Es tanto lo que podría tener, si sólo tuviera los medios de procurármelo! ¡Tantas cosas, tantas experiencias, tantas comodidades! El trabajo casi obsesivo de enumerarlas, calcular su potencial de goce en mí, organizarlas, me deja exhausto y con la idea de que por eso solo me las merecería. Pero la experiencia real me va alejando cada vez más del bienestar que podría darme el dinero, a la vez que agudiza mi percepción de sus ventajas. Ahí la fantasía no es necesaria; me basta con mirar a mi alrededor. La gente entre la que vivo se hace cada año más rica. No he sabido conservar a mis amigos pobres; para ser sincero, no he querido hacerlo. Porque todo me aleja de ellos: mis gustos, mis hábitos, mis intereses. El fútbol me da asco. La gente refinada con la que puedo mantener una conversación tiene plata de sobra, que por supuesto ni se le ocurre compartir conmigo. ¿Por qué iban a hacerlo? En su frívola inocencia, me creen un gran escritor, un testimonio viviente y anticipado de historia literaria. Y en realidad soy un menesteroso. Los veo circular en órbitas que se me hacen más y más inaccesibles, y mi resentimiento crece. Me amargo, me deprimo, me hago excéntrico por un comprensible reflejo de autodefensa, y también para disimular. Ya me dan vergüenza mis zapatos agujereados, mi eterno guardarropa inadecuado, mi desaliño y falta de higiene producto de una sorda desesperación. Vivo encerrado en mi departamentito, al que no puedo invitar a nadie tan desvencijados están los muebles, tantas manchas de humedad hay en las paredes, tan medidas son nuestras raciones de fideos baratos. Por las ventanas veo a mis vecinos del Barrio Rivadavia (una villa miseria), y compruebo que no son tan pobres como yo, porque siempre algo les sobra, mientras que a mí me falta todo. Veo sus comilonas, sus borracheras, sus domingos al sol, y hasta cuando salen arrastrando sus rickshaws a hurgar en la basura son más ricos que yo, porque algo encuentran. A mí en cambio un esfuerzo agotador en los más abyectos trabajos, en las más humillantes mendicidades de clase media, apenas si me alcanza para mantener con vida a mis hijos, que deben hacer esfuerzos heroicos para sobrellevar la comparación con sus amiguitos, y me consideran, con toda razón, un fracasado. ¿Cuánto hace que no me compro un libro, un disco, que no voy al cine? Mi computadora está obsoleta, funciona por milagro, pero no puedo soñar siquiera con cambiarla. Y a mi alrededor todos compran, gastan, se renuevan, se mudan, progresan. Con crisis o sin crisis, hay en mi patria periódicas fases de consumismo a las que todos se prenden. Todos menos yo; ¿con qué iba a comprar nada, ni un lápiz, si tengo el bolsillo vacío? Ni siquiera tengo tarjeta de crédito. Me he visto obligado a ser evasor impositivo, por falta de medios. Y cuando todos mis conocidos, cansados de acumular objetos nuevos y sensaciones enriquecedoras, se van de vacaciones a playas del trópico, o en viajes culturales por bellas ciudades, yo me quedo rumiando el rencor en mi pocilga. Sólo un milagro podría proveerme de algo superfluo que ilumine mi existencia sórdida, pero gasté el milagro en conseguir lo necesario para subsistir, y realmente no se pueden pedir dos milagros.
¿Por qué siempre tuvo que ser así? ¿Por qué no pudo pasar de otro modo, si al fin de cuentas, para el orden general del Universo, daba lo mismo una cosa que otra? ¿Por qué fui objeto de tu encarnizada persecución, Pobreza, diosa, o más bien bruja, exigente y molesta? Cuando era chico, allá en Pringles, ya te fijaste en mí, quién sabe por qué, por mis lindos ojos y los hiciste miopes, sumando la miseria física a la económica, haciéndome acomplejado además de paria. Ya entonces empezamos a vivir en estrecha comunidad, vos y yo. Mi casita resonante de escasez era la tuya. Allí aprendí a conocerte, en las eternas discusiones por plata que sostenían mis padres, en las que se me reveló la lengua y el modelo de vida. Y si salía de mi casa, ibas conmigo, mi mano en una de las tuyas, mientras con la otra me señalabas la caja de lápices de colores de mis compañeros de escuela, los blocs crujientes de papel de calcar, los helados que tomaban, las revistas mejicanas que compraban… ¿De dónde sacaban la plata? ¿Por qué yo no la tenía? Nunca me lo dijiste.
Lo que realmente me llama la atención es que cuando me fui, te fuiste conmigo, como si no pudieras soportar mi ausencia. Mi madre se resignaba a la separación, pero vos no. Viniste a Buenos Aires pegada a mí, te instalaste en mi rincón, y ninguna de mis maniobras sirvió para que cesaras en tu obstinada compañía. Si intentaba trabajar, ibas conmigo al trabajo en el colectivo; si perdía el empleo, te quedabas en casa mirándome leer unos volúmenes tristes. Cuando me casé, fuiste el único regalo de bodas que le pude hacer a mi esposa. Fuiste la única hada que se inclinó sobre la cuna de mis hijos. Fuiste el siniestro arbolito de Navidad, mi ruleta psíquica, la confidente de mis efusiones más obvias. Revolviéndome en la cama presa de atormentados insomnios, elucubré toda clase de fugas hasta secarme el cerebro. Siempre me diste gran latitud de acción, pero a último momento te embarcaste conmigo. Como en esos dibujos animados obsesivos, pude cruzar mares y continentes y creer que, siquiera momentáneamente, me había librado de tu acoso… sólo para verte en mi cuarto como si tal cosa, afanada en pequeñas mezquindades. Era automático. Terminé haciéndome el más sedentario de los hombres. Y las huidas menos literales, los cambios de ocupación, las resoluciones, el autohipnotismo, funcionaron menos todavía, lo que era previsible: cuando lo literal no sirve, las metáforas son peor que inútiles.
¡Basta! Ya fue suficiente. Cuarenta y seis años de condena no se le dan ni siquiera a un asesino, y yo nunca he violado la ley; al contrario, soy tan bienintencionado e inofensivo que a veces me siento un santo. ¿No podrías dejarme en paz? ¿No merezco aunque sea una tregua? Aun sabiendo que la culpa es mía, lo encuentro injusto. Quiero quedarme solo, librado a mis fuerzas, si es que todavía tengo alguna, quiero ser uno más entre los que se ejercitan las leyes del azar, y tener la probabilidad, así sea remota, de ser favorecido por la suerte. Tu asistencia inexorable me tiene harto. Estoy enfermo de tu homeopatía, Pobreza, querría fumigarte… Si hubiera una probabilidad de que me escucharas, te amenazaría con suicidarme, aunque no tendría ningún efecto, eso tampoco…
En ese punto de mi soliloquio vi aparecer ante mis ojos la figura escuálida, rígida, raída, majestuosa a su modo, de la Pobreza. Mis palabras debían haber producido algún efecto, porque su aspecto de falsa sumisión había sido reemplazado por uno de furia genuina, los ojos llameantes, los puños apretados, y los labios moviéndose a tijeretazos violentos:
“¡Necio! ¡Atolondrado! ¡Imbécil! Me he mantenido en silencio todos estos años, soportando tus quejas, tus lloriqueos de inmaduro, tu inadaptación, tu ingratitud a los dones que he venido derramando sobre vos desde que naciste, ¡pero ya no aguanto más! Ahora tendrás que oírme, aunque no creo que te sirva de nada, porque hay gente que no aprende nunca.
“¿Quién te dijo que mi compañía era un inconveniente! Que hayas creído que porque todo el mundo lo decía era cierto da la medida de tu frivolidad incurable. Fue para salvarte de ese defecto, justamente, que me dediqué a vos con una constancia que ahora veo desaprovechada. ¡Tener que hacerte, a esta altura, la lista de mis beneficios! No sé por dónde empezar, porque fui yo la que te lo dio todo. Es más, te di el marco en que recibirlo. Sin mí habrías renunciado casi al comienzo del camino, desprovisto de ideas y del cerebro con el que tenerlas. Te di la variación y el color en lo que sin mi intervención habría sido una rutina amorfa. Te di la alegría de poder esperar siempre algo mejor: conociéndote, ¿qué habrías esperado, en caso de haber tenido algo, sino perderlo? Como fueron las cosas, tus expectativas han sido siempre de mejorar. Miedoso y tímido como sos, y como habrías sido de todos modos, fuera cual fuera tu haber, habrías vivido temblando por ladrones y estafadores que siempre te habrían superado en astucia. Te di un motivo para seguir viviendo, el único que tuviste. ¿Acaso habrías escrito, si no hubiera estado yo velando a tu lado, espiando tus cuadernos por encima de tu hombro? ¿Por qué ibas a hacerlo? Y si lo hubieras hecho, habría salido mucho peor de lo que salió. ¡Muchísimo peor! Pero eso también tengo que explicártelo.
“Vos mismo habrás notado, con tus escasas luces, que los ricos son diferentes. Lo son por el siguiente motivo: el rico reemplaza con plata la factura de las cosas. En lugar de comprar la madera y hacer la mesa, compra la mesa hecha. Ahí una progresión: si es menos rico, compra la mesa y la pinta él; si lo es más, la compra ya pintada. Si es más pobre, no compra siquiera la madera, sino que va al bosque, tala un árbol, etcétera. La pobreza, o sea yo, da el quantum de proceso. El rico lo consigue todo hecho, y eso incluye bienes y servicios. Es decir que se pierde la realidad, porque la realidad es un proceso. Peor todavía: esa disponibilidad de cosas hechas y listas para ser usadas se le vuelve una segunda naturaleza, y empieza a aplicarla al ámbito mental. Es por eso que los ricos usan ideas ya hechas, opiniones ajenas, gustos producidos por otros. Dejan el proceso en manos de los demás. Hasta con sus sentimientos pasa lo mismo, lo que los hace tan estereotipados y superficiales, mucho más que en esas caricaturas bienpensantes que suelen hacerse de ellos. ¿Te habría gustado ser así? ¿Ves que no sabés lo que decís? Sin mí, a tus libros les habría faltado la única modesta virtud que hay que reconocerles: el realismo. ¿Y tenés el descaro de reprochármelo?
“¡Vaya si lo tenés! Tu primer pensamiento al despertarte es una invectiva contra mí; el último al acostarte, también. Y en el medio, todo se reduce a quejas, protestas, gimoteos. No ignoro que el mundo, en su avance tecnológico y en su consumismo, avanza en dirección al sistema de los ricos, que con el tiempo se generalizará; debe ser eso lo que te hace sentir marginal y pasado de moda, como si yo fuera un lastre que te arrastra a un pasado artesanal y esforzado. Eso podría ser una justificación de tu parte, pero toda tu originalidad está ahí, y dada tu inadecuación, sin la originalidad no sos nada.
“Sea como sea, yo ya no te justifico más. Estoy harta de ser tu bestia negra, de tus insultos, de tu mala educación. No te soporto más. ¡Me voy de tu casa! Si tanto lo querías, podrás darte por satisfecho: no me verás más. Me voy a lo de Arturito Carrera, donde estoy segura de que seré apreciada como me lo merezco.”
Y sin más se levantó y se dirigió hacia la puerta, ofendida, tiesa de indignación. ¡Era cierto! ¡Se iba! Un paso más y estaría afuera. La angustia me llenó el pecho, intolerable como un infarto. A mí me convencen todos los discursos, y éste más que cualquier otro porque en cierto modo había nacido de mi propio corazón (las figuras alegóricas operan de ese modo). Me levanté de un salto de mi sillón y grité:
¡No! ¡No te vayas, Pobreza! Hacé como si no hubiera dicho nada, te lo ruego. Ahora, y en lo sucesivo, porque me conozco y sé que no voy a dejar de quejarme. Pero en realidad no quiero que me dejes. Después de todo, ya estoy acostumbrado. Sería casi como si me dejara mi esposa. No podría soportar la humillación. No nací para huérfano. Quedate conmigo, y ya me arreglaré. No me hagas caso. Reconozco que soy un maleducado y que no me lo merezco, pero por favor, por favor, no te vayas.
Inmóvil, con la mano en el picaporte, ella dejó pasar un momento de insoportable suspenso, y después se volvió muy despacio. Tenía en la cara una sonrisa seria, y supe que me perdonaba. Vino hacia mí con pasos ceremoniosos, de novia avanzando hacia el altar.
Y desde entonces la Pobreza vivió conmigo, y ni un solo día abandonó mi casa.



Publicado en la revista La muela del juicio. Año XI, Nro. 6, La Plata, postrimerías de 1996.

sábado, 4 de febrero de 2012

be kind



age is no crime

but the shame
of a deliberately
wasted
life

among so many
deliberately
wasted
lives

is.






la edad no es un crimen

pero la vergüenza
de una vida
deliberadamente
desperdiciada

entre tantas
vidas
deliberadamente
desperdiciadas

sí lo es.



(sacado de "Sé amable", Charles Bukowsky)



miércoles, 25 de enero de 2012

Trópico de Cáncer (II)

En un tiempo pensaba que ser humano era el objetivo mas alto  que podía tener un hombre, pero ahora veo que estaba destinado a destruirme. Hoy me siento orgulloso al decir que soy inhumano, que no pertenezco a los hombres ni a los gobiernos, que nada tengo que ver con credos ni principios. Nada tengo que ver con la crujiente maquinaria de la Humanidad: ¡Pertenezco a la tierra! Digo esto con la cabeza reclinada en la almohada y siento los cuernos que me brotan en las sienes. Veo a mi alrededor a todos esos antepasados míos bailando en torno a la cama, consolándome, incitándome, flagelándome con sus lengus viperinas, sonriéndome y mirándome de reojo con sus siniestras calaveras. ¡soy inhumano! Lo digo con una sonrisa demente, alucinada, y seguiré diciéndolo aunque lluevan cocodrilos. Tras mis palabras se encuentran todas esas calaveras siniestras  que sonríen y miran de reojo, unas muertas y soriendo por mucho tiempo, otras sonriendo como si tuvieran trismo, otras sonriendo con la mueca de una sonrisa, el sabor anticipado y las consecuencias de lo que ocure siempre. Más clara que nada veo mi propia calavera sonriente, veo el esqueleto bailando al viento, serpientes saliendo de la lengua podrida y las ampulosas paginas de éxtasis manchadas de excrementos. E incorporo mi lodo, mi excremento, mi locura, mi éxtasis al gran cicrcuito que circula por los subterráneos de la carne. Todo ese vómito espontáneo, indeseable, embriagado, seguirá manando sin cesar, por las mentes de los que han de venir, a la vasija inagotable que contiene la historia de la raza. Codo a codo con la raza humanda corre otra raza de seres, la raza de los artistas, que, estimulados por impulsos desconocidos, toman la masa inerte de la humanidad y, mediante la fiebre y el fermento de que la imbuyen, convierten esa pasta húmeda en pan, el pan en vino y el vino en canción. Con el abono muerto y la escoria inerte producen una canción que se contagia.Veo esa otra raza de individuos saqueando el universo, dejando todo patas arriba, con los pies chapoteando siempre en sangre y lágrimas, con las manos siempre vacías, siempre tratando de agarrar y asir el más allá, el dios inalcanzable: matando todo lo que esta a su alcance para calmar al monstruo que les roe las entrañas. Lo veo cuando se arrancan el cabello en su esfuerzo por comprender, por aprehender lo que es eternamente inalcanzable, lo veo cuando bramas como bestias enloquecidas y se precipitan dando cornadas, veo que está bien y que no hay otro camino. Un hombre que pertenezca a esa raza ha de subir al lugar más alto y arrancarse las entrañas mientras pronuncia palabras incoherentes. ¡Está bien y es justo, porque debe hacerlo! Y todo lo que no alcance el nivel de ese espectáculo espantoso, todo lo que sea menos escalofriante, menos aterrador, menos demencial, menos embriagador, menos contagioso, no es arte. El resto es falso. El resto es humano. El resto corresponde a la vida y a la ausencia de vida.


de Trópico de Cáncer, Henry Miller