viernes, 10 de julio de 2009

La liebre dorada

"Los perros corrieron tanto, tanto, tanto, que al fin cayeron al suelo. Estaban a punto de morir, con las lenguas afuera, como trapos rojos. La liebre, con su dulzura relampagueante, se acercó a ellos, llevando en el hocico trébol húmedo que puso sobre la frente de cada uno de los perros. Éstos volvieron en sí.
—¿Quién nos puso agua fresca en la frente? —preguntó el perro más gordo— ¿Por qué no nos dio de beber?
—¿Quién nos acarició la frente? —dijo el perro más chiquito—. Creí que eran las moscas.
—¿Quién nos besó la frente? —interrogó el perro más flaco, temblando.
—¿Quién nos salvó la vida? —dijo la liebre, mirando a todos los perros.
—Hay algo distinto —dijo el perro atigrado, rascándose la oreja. —Parece que fuéramos más numerosos.
—Tenemos olor a liebre, será eso—dijo el perro pila, lamiendose una pata—.
La liebre, tranquila, estaba sentada entre sus enemigos. Había asumido una postura de perro. En algún momento, ella misma dudó de si era perro o liebre.
—¿Quién será ese que nos mira? —preguntó el danés negro, moviendo una sola oreja.
—Ninguno de nosotros —dijo el perro pila, bostezando.
—Sea quien fuere, estoy demasiado cansado para mirarlo —suspiró el danés atigrado.
Pero de pronto se oyeron voces que llamaban:
—¡Dragón, Sombra, Áyax, Áyax, Lurón, Señor, Áyax, Áyax!
Todos los perros al oir sus nombres salieron corriendo y la liebre quedó un momento inmóvil, sola, en el medio del campo. Nadie la llamaba, porque las liebres no tienen nombres"


Silvina Ocampo

Extraído de La naranja maravillosa, Diciembre 1981.


PD: Líneas necesariamente dedicadas a mí misma, porque durante cuatro años y medio estuve sentada entre mis enemigos y porque en ese tiempo muchas veces dudé si era un perro o una liebre.

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